Forma y deforma, por Mario Rucavado


El 28 de agosto de 1947, el escritor polaco exiliado Witold Gombrowicz pronunció una conferencia titulada “Contra la poesía” en el centro cultural Fray Mocho de Buenos Aires, que luego convritió en un artículo en francés de título casi idéntico, “Contre les poètes”, publicado en el n.º 10 de la revista Kultura en 1951. Constituye un ataque despiadado contra la poesía culta y sus practicantes, “la misa poética” que según el polaco “se efectúa en el vacío casi completo”.

Gombrowicz señala la pose solemne del cantor y la preocupación con la forma como los principales elementos que lo alejan de la poesía. Su problema es sobre todo con los versos entendidos, a la antigua, como una forma y un tipo de discurso: “Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico”. La rima es uno de los principales culpables de este exceso, dice, y le resulta más fácil apreciar la poesía en los dramas de Shakespeare, o en la prosa de Dostoievski y Pascal, donde el producto químico aparece diluido y puede ser saboreado con más gusto.

La preocupación por la forma lleva a una pérdida de libertad interior; el poeta, según Gombrowicz, es aquel ser “que no se puede expresar a sí mismo porque tiene que expresar los versos”. La forma y la solemnidad de la poesía interfieren con lo que sería el propósito más importante del arte: expresarse a sí mismo. En la versión de 1951, Gombrowicz añade que “todo estilo, toda postura definida, se forma por eliminación y en el fondo constituye un empobrecimiento”. Esta postura, muy a tono con el espíritu de la época, recuerda por momentos a los beats estadounidenses, para quienes el verso (libre) debía seguir la respiración de cada poeta, convirtiéndose de esta forma en la huella de una subjetividad única.

La promesa del verso libre, justamente, fue romper con lo retórico y artificial de la poesía para alcanzar formas supuestamente más auténticas de expresión, el ideal que Baudelaire planteó para sus poemas en prosa:

¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y contrastada que pudiera adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?

Ezra Pound, escribiendo unas décadas más tarde, habla de una poesía que siga el ritmo de la frase musical, no el metrónomo, y a lo largo del s. XX el verso libre fue desplazando a los versos medidos en la mayor parte de la poesía occidental. Junto con las formas métricas también cayeron en desgracia cierto tipo de figuras retóricas, así como un lenguaje más elevado. La poesía, como quería Gombrowicz, empezó a diluir la cantidad de azúcar que traía, y los antipoemas (por usar la expresión de Parra) triunfaron sobre los poemas.

Un ejemplo claro de la consumación de este proceso es lo que en Argentina se llamó la poesía de los 90, representada por figuras como Alejandro Rubio, Fabián Casas y Washington Cucurto, quienes no solo escribieron en verso libre sino que cultivaron un tipo de registro cotidiano y sucio, con lenguaje coloquial e incluso soez. Ignoro si Gombrowicz hubiese efectivamente disfrutado a estos poetas, pero sin duda son la realización del programa implícito en su ensayo.

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Para bien o para mal, lo que Octavio Paz denominó (con un hermoso oxímoron) la “tradición de la rutpura” con los años se volvió dominante, y por eso suele leerse esta transformación como un triunfo, uno de los mayores legados de las vanguardias. Sin embargo, es posible ensayar una mirada más crítica sobre la hegemonía versolibrista; quiero detenerme en una serie de tuits del escritor de terror Facundo Dell Aqua donde ataca la poesía en términos a la vez similares y diametralmente opuestos a Gombrowicz.

Aunque Dell Aqua también acusa a los poetas de ser pretenciosos (plus que change…), lo más interesante de su argumento pasa por otro lado. Si el polaco opone el exceso poético a la sobriedad de la prosa, Dell Aqua ataca lo informe del discurso poético contemporáneo. Este desplazamiento ilustra el cambio operado en el género poético durante el último medio siglo. Cito los tuits en cuestión:

La poesía es una cosa muy extraña para mí. No la entiendo, no trato de entenderla, no pretendo que me guste, siento que un 90% de las veces es una estafa, no entiendo los círculos de poetas, no me suele conmover, desconozco cómo se analiza y en su mayoría me parece masturbatoria.

Siento que el poeta del montón es mucho menos meritorio que el escritor de prosa del montón, que aún el más mediocre es, por lo menos, un obrero de la palabra con muchas más horas culo en la silla que horas de pretensión y que eso, los poetas son casi todos unos pretenciosos.

Prefiero tirarme de un noveno piso a estar en una reunión de poetas. ¿De que hablan? Los escritores de prosa, al menos los comunes y corrientes son bajados a tierra por la fuerza humillante de la estructura narrativa. No sé cuánta humildad da el aplauso de una jam.

Si bien comparte con Gombrowicz el escepticismo frente a la “misa poética”, Dell Aqua se refiere a la escena contemporánea de la jam o el slam de poesía, forma que adoptaron muchos recitales en el s. XXI y que se caracteriza por una mayor performatividad. En tiempos de Gombrowicz lo pretencioso pasababa por el lado de la solemnidad (de ahí la metáfora religiosa); en estos tiempos, en cambio, pasa por la performance, que tendría un peso mayor a la palabra, y que a menudo es todo menos solemne (según la ocasión, puede acercarse a un número de stand up).

En oposición al vaporoso discurso poético, Dell Aqua subraya “la fuerza humillante de la estructura narrativa”. Si para el polaco el problema de la poesía es que vuelve al escritor esclavo de la forma y aniquila su capacidad de autoexpresión, para Dell Aqua la poesía es un discurso demasiado informe y, por lo tanto, el reino de la pose y el chamuyo. El escritor de prosa (sobre todo el narrador) tendría, como el obrero, la humildad que le impone el trabajo con un material que opone una determinada resistencia y que lo obliga a mejorar técnicamente para poder ser leído, mientras que el poeta-chamuyero se expresa sin más (de manera “masturbatoria”, dice Dell Aqua) y recibe los aplausos de manera indistinta en la jam poética (o los recibe antes por su performance que por su pluma), opción que el narrador no tiene a mano.

Al hablar de las jams Dell Aqua ciñe su argumento estrictamente a la poesía contemporánea. Se trata de un fenómeno histórico y el contraste muestra lo radical de la transformación: de ser un género literario supuestamente ahogado por la forma, la poesía pasó a ser atacada por no tener forma en absoluto, y el argumento es por lo menos verosímil. Frente a las exigencias de la estructura narrativa, que obliga hasta al escritor más pretencioso a someterse a unas reglas de juego que lo exceden, y que exigen trabajo y “horas culo” aun en caso (o sobre todo en caso) de querer romperlas, la poesía contemporánea se rige por el laissez faire, laissez passer, y por ende es el imperio del vale todo, del espejismo y de la estafa.

En el fondo del argumento late una analogía económica: Dell Aqua define al narrador como un obrero de la palabra ubica implícitamente al poeta en la posición del aristócrata o, todavía peor, del especulador financiero (con todas las resonancias que tiene en tiempos de Milei). Mientras que el prosista-narrador gasta sus fuerzas en mejorar técnicamente y producir cuentos o novelas de una manera casi fabril, el poeta sería un estafador que enmascara la nada de forma performática: no importa lo vacío del texto, siempre se puede camuflar con un recitado o interpretación suficientemente extravagante.

La oposición entre el obrero y el estafador puede rastrearse al s. XIX, cuando la literatura se constituyó como una esfera más o menos autónoma, como señala Benjamin en sus escritos sobre Baudelaire. Al convertirse en trabajadores sometidos a las presiones de un mercado, los escritores (sobre todo los poetas) temieron por lo que sentían como una vulgarización de las tecnologías de la palabra, y buscaron distinguirse de otros asalariados siguiendo dos formas de representación: por un lado, el artista como artesano u orfebre exquisito, capaz de producir artículos de lujo; por otro, la visión del artista como un marginal o inadaptado que se distingue no por su técnica sino por algún tipo de genialidad subjetiva. El triunfo de la segunda representación a lo largo del s. XX y ahora en el XXI, sería comparable con el triunfo del capitalismo financiero sobre el industrial.

Ezequiel Zaidenbwerg desarrolló de manera exhaustiva la relación entre verso libre y neoliberalismo en El verso desregulado (2025). Allí plantea que la potencia que tuvo el verso libre en su fase inicial (las vanguardias) y durante buena parte del s. XX (en medio de sociedades fordistas) se vio agotada tras el triunfo del neoliberalismo. Si la utopía del versolibrismo era que cada poeta escribiera con una voz singularísima versos que fuesen el reflejo de su propia respiración, la práctica concreta es más pedestre, ya que la cantidad de variantes que admite el verso libre no es infinita sino discreta y los poetas, como los individuos contemporáneos, terminan pareciéndose mucho en su afán de ser distintos. El verso libre, como el libre mercado, al final impone una estandarización subrepticia.

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Zaidenwerg señala (con razón) que, a pesar de sus pretensiones revolucionarias, el verso libre se limita a la poesía en tanto fenómeno culto y, sobre todo, escrito antes que oral, mientras que los recursos prosódicos tradicionales (metro y rima, fundamentalmente) mantienen una vigencia absoluta en las letras de las canciones populares. Ninguna historia de la poesía argentina podría prescindir de Cátulo Castillo, Enrique Santos Discépolo, Atahualpa Yupanqui, Luis Alberto Spinetta y Charly García, por mencionar unos cuantos.

El verso libre parece haber cumplido la parábola de muchas formas y técnicas asociadas a la vanguardia, cuya sobrevida depende en buena medida de aquellas instituciones que un principio despreciaran. Así como los ready made circulan mayormente dentro de los museos y galerías que en un primer momento pretendieron ridiculizar, el verso libre subsiste en los circuitos de poesía culta o letrada, a menudo vinculados con la academia y culturalmente marginales.[1] Y si bien un nuevo cambio en el ecosistema mediático podría devolverle una mayor relevancia a este tipo de poesía, por lo pronto resulta improbable que escape del nicho que le sirve de refugio.

Según Kant la paloma, al sentir la resistencia del aire contra sus alas, piensa que podría volar mejor en el espacio vacío. Tal vez los poetas versolibristas cometieron un error semejante al pensar que el metro y la rima eran los barrotes de una cárcel cuando en realidad constituían las vigas de su propia obra.

 


NOTAS

[1]      Esto no es del todo cierto: con la masificación de las redes sociales, la poesía letrada encontró una circulación alternativa, aunque muy limitada por el formato. En redes sociales difícilmente circulen poemas de alguna complejidad o extensión; en cambio, breves epigramas sin demasiada metáfora comparten muros de Facebook con frases de autoayuda y citas mal atribuidas.