Internet, hábitos literarios, política y metafísica.
Internet, hábitos literarios, política y metafísica.
“Escribo comentarios en facebook que luego borro. Sistemáticamente. Está completamente en crisis mi percepción acerca de lo que debe o no, puede o no, merece o no ser compartido con una multitud mixta entre amigos, conocidos y extraños. Creo que no hacía falta una herramienta extra para intensificar mi locura.”
Ailin Nacucchio (Facebook, Lunes 17/6/2013 a las 00:15 hs)
“Laín Iwakura: ¿Por qué? ¿Por qué te moriste?
Navi (dictando la respuesta de Chisa): Dios está aquí.”
Chiaki Konaka, Laín
En la actualidad, entre los escritores de Bs As, hay dos actitudes generales hacia internet y las redes sociales digitales en relación con la escritura y la lectura. Por un lado están quienes expresan abiertamente una actitud de sospecha y desdén. Por el otro nos encontramos con un conjunto de escritores que hacen uso habitual de estas tecnologías y medios, aunque no necesariamente expresan fervor al respecto. Como ejemplo del primer conjunto pensemos en la célebre proposición de José Pablo Feinmann: “cualquier pelotudo tiene un blog”. Aunque quizás el mejor representante de esta actitud lo encontramos en la reacción de Fabián Casas cuando se enteró que alguien se hacía pasar por él en Facebook bajo el nombre “Máquina Casas”:
Las redes sociales no me interesan para nada. A mí me gusta que la gente se toque, se hable, se encuentre. Siempre me acusan de que me quiero quedar en el siglo XX porque no me interesan las tecnologías. Las tecnologías están buenas si vos las usás, no si te usan. ¿Qué le pasa a una persona que se hace pasar por mí? Es medio esquizo, medio psicótico... Las redes virtuales tienen esa cosa de second life, de vida fuera de la vida real. Y a mí me gusta la vida real. (Fabian Casas entrevistado por Silvina Friera, 2013)
Entre los representantes del segundo conjunto nos encontramos a escritores como Daniel Link, Elsa Drucaroff y Juan Terranova. El primero mantiene el blog Linkillo desde el 2003, espacio en el que suele publicar las primeras versiones de textos que luego edita en libros y ha escrito una de las primeras novelas argentinas que tematizan la comunicación por internet (La ansiedad). La segunda mantiene una activa cuenta de Facebook desde la cual se involucra en debates sobre política y literatura (entre los cuales se cuenta el citado affaire Máquina Casas). El tercero ha mantenido tres blogs sucesivos en los que escribía diariamente, usa con frecuencia Twitter y Facebook, escribe novelas en donde se destaca la referencia a internet (el Pornógrafo tiene forma de conversación por mensajería instantánea, la segunda mitad de Los amigos soviéticos trata en gran medida sobre lo que el narrador-protagonista lee en Wikipedia) y ha escrito una serie de ensayos, recopilados en el libro La masa y la lengua (2011), en donde argumenta acerca de la relación entre internet y la literatura; más adelante analizaré algunas de las tesis incluidas en este libro, en particular en el último ensayo titulado, justamente, “Internet y literatura”.
Dejo de lado el primer conjunto porque lo que me interesa es referirme a diferencias específicas entre miembros del segundo. Como dije más arriba, que un escritor haga uso más o menos regular de algunas de las redes sociales contemporáneas no implica que tenga una actitud positiva hacia ellas: tan solo no las rechaza. Entre estos escritores podemos distinguir dos subconjuntos. El de aquellos que no utilizan Facebook ni Twitter, y el de aquellos que utilizan al menos uno de estos medios. En este último subconjunto tenemos a Drucaroff y Terranova, en el primero a Link y a un escritor que no mencioné hasta ahora, pero cuya voz será de gran importancia en este ensayo: Miguel Vitagliano, quien participa regularmente en el blog colectivo Escritores del mundo. A continuación me propongo analizar ciertos enunciados de éste sobre la relación entre redes sociales digitales y literatura, para luego establecer una comparación con la postura de Juan Terranova.
En una entrevista del año 2012 realizada por la revista Nuestra cultura (publicada por la secretaría de cultura de la nación, lo cual es un dato no trivial) Miguel Vitagliano manifestó una actitud de precaución hacia los hábitos de escritura y lectura en redes sociales digitales como Facebook y Twitter.
Cada vez están más restringidos los espacios de la intimidad, ese espacio propio donde ensayamos quiénes queremos ser. Hoy, en cambio, todo tiende a ser expuesto en “el muro” de las redes sociales de Internet. Los diarios íntimos, en buena medida, le han cedido todo su lugar a la virtualidad que se hace pública. (Vitagliano, 2012: 4)
Esta crisis de la intimidad implica una crisis de la subjetividad. Ante el avance de esta tendencia Vitagliano opone la literatura como hábito formador de sujetos:
La lectura de la literatura produce interferencias en medio de ese bombardeo constante en el que estamos sumidos y que nos invita, obligatoriamente, a estar adheridos, pegados, confundidos con lo que “se dice”. La lectura, entonces, interfiere el flujo de esa conexión y hace de la intimidad un espacio de resistencia. (Ibid.)
Voy a hacer foco sobre dos proposiciones que plantea el texto: por un lado a) todo tiende a ser expuesto; por el otro, b) estamos inmersos en lo que “se dice”. La progresiva reducción de los espacios interiores en que el individuo puede constituirse como sujeto autónomo tiene como correlato, naturalmente, un proceso de exposición universal; como si se fuera montando en medio de la vía pública, reproducida en serie, la escenografía del antiguo gabinete personal tan caro a Benjamin. Pero al mismo tiempo, a esa proyección hacia afuera de todos los interiores le corresponde un estado de inmersión total en un determinado fenómeno discursivo. Paradójicamente, aquello que es llevado hacia el exterior se reterritorializa en un espacio que captura, como en un interior hermético, la conciencia de los sujetos desplazados. El mecanismo por medio del cual se efectúa este proceso es el de determinados hábitos de enunciación. Todas las intimidades son enunciables públicamente y, destituida la autonomía del sujeto, el proceso de enunciación se convierte en una dimensión autónoma de la realidad: un mundo en pleno derecho, habitado por seres que a) interactúan con él, b) son determinados por él y c) coadyuvan en el proceso de su construcción y mantenimiento, por medio de la repetición de los mismos hábitos de enunciación. La práctica de la lectura literaria viene entonces a interrumpir la continuidad de estos hábitos discursivos, suspendiendo el estado de inmersión.
Esto no significa que Vitagliano repudie la inmersión en sí. Al contrario, la importancia fundamental del fenómeno se reconoce implícitamente en la idea de la literatura como un espacio de intimidad en el que refugiarse, “ese espacio propio donde ensayamos quiénes queremos ser” (Ob.: 4). Lo que él critica es un proceso específico de inmersión en el cual se lleva a cabo la reducción a la actualidad, al presente, de todo mundo posible [1]. Pero a este tipo de inmersión totalizante le opone el ejercicio de la inmersión en mundos ficcionales, ejercicio que para él se lleva a cabo eminentemente en el hábito de la literatura. Es decir que el distanciamiento no se opone a la inmersión como un fenómeno de naturaleza distinta. Al contrario, el distanciamiento es un tipo de inmersión que entra en conflicto con la inmersión en la actualidad [2].
Ahora bien, la tensión entre estos dos hábitos discursivos tiene lugar en el contexto de un problema político:
Uno de los problemas serios que atravesamos en el presente se vincula con la comunicación: cómo logramos hacer entender lo que queremos a los demás, cómo nos encontramos con los demás en las ideas y proyectos. (…) Los problemas de comunicación son políticos, y acaso por eso debamos convenir que el trabajo con la escritura es, digamos, trabajar en la cantera de las posibilidades por venir. (Ob.: 5)
Para Vitagliano la importancia de la literatura como hábito formador de sujetos y ejercicio de la imaginación por excelencia es determinante para la politicidad. El hábito de la literatura entrena al sujeto en la capacidad de interpretar el mundo por medio de la confrontación entre el mundo actual y los mundos virtuales de los textos. Eso tiene dos consecuencias que son condiciones fundamentales para la vida política. En primer lugar, la confrontación imaginaria de la actualidad con los mundos virtuales permite deliberar sobre los propios fines, da lugar a la pregunta “¿qué es lo que realmente quiero para mi porvenir?” o dicho de otro modo: “¿cómo es el mundo que deseo llegar a habitar?”. En segundo, el hábito de confrontar mundos hace posible encontrar, o más bien construir, un terreno común en el diálogo con los otros. De la articulación de estos dos momentos surge la posibilidad de comunicar un proyecto político, es decir, de constituir una comunidad a partir de la pregunta: “¿cómo es el mundo que deseamos llegar a construir?”
Ahora bien, más allá de los aspectos cognitivos que hacen de la lectura una condición de la politicidad, hay que tener en cuenta un aspecto material, pragmático, del hábito literario que implica una particular concepción de la política: la literatura como hábito de retiro y refugio supone ante todo la sustracción del mundo de la vida cotidiana. La interrupción del ritmo habitual de nuestros “trabajos y días”. Correlativamente, en el espacio imaginario abierto por esta práctica se suspenden las jerarquías, los órdenes y roles actualizados en la vida cotidiana, lo que iguala en potencia el rol de todos los lectores. Esto implica que el hábito en el que se funda la politicidad se sustrae necesariamente del mundo del trabajo y la satisfacción de necesidades. Esta distancia entre el mundo del trabajo y el mundo de la política se remonta, en la historia de las ideas, a la Política de Aristóteles, para quien el hábito de la política era, al igual que la teoría, incompatible con el trabajo. No es casual, entonces, que hacia el final de la entrevista Viagliano mencione, como algunas de sus influencias más importantes, una serie de textos literarios acerca del mundo del trabajo. Pues dadas las condiciones de la política que implica su discurso, resulta que es posible incluir al trabajo en la dimensión de la política, pero sólo a condición de que se lleve a cabo un doble movimiento: a) el distanciamiento pragmático del mundo actual del trabajo y b) la inmersión en un mundo ficcional del trabajo.
En este contexto, el problema que encuentra Vitagliano en el mundo contemporáneo es que el hábito literario se encuentra en un periodo recesivo. Y entretanto, los hábitos de enunciación típicos de las redes sociales digitales como Facebook y Twitter se despliegan según un ritmo que no deja lugar al momento de distanciamiento de la vida cotidiana preciso para la constitución del individuo como sujeto imaginante, lo que constituye, por lo tanto, un obstáculo para su constitución como sujeto político:
Desde la irrupción de los mensajes de texto de los celulares y los twits, hay un buen número de personas que escriben mucho más hoy de lo que harían sin mediar esa tecnología. Tampoco creo exagerar si digo que la mayor parte de ellos no es consciente de esa situación. Se trata de una práctica automatizada tanto en la producción como en la recepción. Nos consume el mensaje que consumimos. (…) En el acto de consumo no hay distancia, se arrasa con todo para llegar a la inmediatez de lo que “se dice”; en el acto de lectura, en cambio, no puede sino haber reflexión sobre la propia práctica. (Ob.:4)
Frente a esta dinámica, Vitagliano sostiene la práctica de la escritura en blogs colectivos. En ellos ve la posibilidad de construir un espacio de refugio semejante al del hábito literario. Es allí, quizás, donde pueda llevarse a cabo la tarea imprescindible de esta época: “salvaguardar el lenguaje. No para conservarlo como una posesión, sino para mantener el sentido de la diferencia y el sentido crítico” (Ob.: 5). Salvaguardar el lenguaje, significa entonces, no la conservación de un objeto abstracto como, por ejemplo, un léxico y un conjunto de reglas gramaticales o concreto como el conjunto de textos canónicos de una tradición; salvaguardar el lenguaje significa aquí insistir en el cultivo de un hábito discursivo particular, que no es otro que el hábito de la literatura.
Hoy en día se escribe más que nunca. En eso Juan Terranova está de acuerdo con Vitagliano. Hoy se escribe como nunca antes, en un modo cualitativamente distinto; es probable que en esta observación también estarían de acuerdo ambos escritores. Los dos constatan el cambio en los hábitos de enunciación, el hecho de que se escribe y se lee según un ritmo particular que es distinto de los ritmos característicos de la literatura. Pero donde Vitagliano encuentra la tensión entre dos hábitos irreductibles, Terranova ve simplemente un momento de la progresiva transformación de un mismo hábito: el habla en general. El punto sobre el que me interesa hacer hincapié aquí es la relación entre redes sociales digitales, literatura y sujeto político en su ensayo “Internet y literatura” (que quizás puede leerse como sinécdoque de todo La masa y la lengua). Para ello hay que analizar el concepto de lenguaje y el concepto de historia que plantea. Sólo a partir de allí se puede comprender lo que Terranova entiende como sujeto: del lenguaje, de la historia, de la literatura y de la política. Pero primero, consideremos el núcleo argumentativo de su ensayo.
La tesis central de Terranova es que dadas las condiciones actuales del uso del lenguaje, determinadas por la tecnología de comunicación digital: “esa forma de escritura, que llamamos de una forma holgada y pomposa ‘literatura’, es hoy indisociable de la web” (Terranova, 2011: 33). Esa tesis se apoya sobre dos premisas. A) En primer lugar, que la autonomía de la literatura sólo es posible a condición de que se instituya una jerarquía, al interior de las prácticas discursivas en general, que separe a determinado subconjunto de los hábitos lingüísticos de todas las demás prácticas discursivas que se pueden considerar inmanentes a -o constituyentes de- la vida cotidiana. B) En segundo lugar, que la comunicación por internet anula las jerarquías de los hábitos discursivos; se atestiguan los efectos de este fenómeno en la gramática y el léxico de la escritura online:
Mucho más fácil de comprobar es que en la inmediatez del correo electrónico, el lenguaje se hace más laxo. Sus normas, sus reglas ortográficas y sintácticas, incluso su vocabulario, se tensan. La administración y disponibilidad constante, rutinaria, laboral, cotidiana, le hacen perder peso. (…)El lenguaje escrito se volvía todavía más rutinario. (Ob.: 37)
Es decir, no queda lugar para un hábito discursivo autónomo. Todo enunciado se vuelve inmanente a los hábitos discursivos de la vida cotidiana. Y esta, a su vez, se ve modificada cualitativamente en virtud de la transformación de los hábitos discursivos que la constituyen (merced al cambio tecnológico): “cada cambio tecnológico –digo ‘cambio’ por pudor, la palabra ‘revolución’ sería más justa– implica la construcción o aparición de nuevas subjetividades” (Ob.: 31). Y así, si internet ha dado nueva forma a la vida cotidiana, y si la extensión de lo cotidiano es indisociable de las los regímenes discursivos que le dan forma, entonces no hay afuera de internet. Porque todo hábito queda sometido a la legalidad del discurso de la vida cotidiana, y ésta a la legalidad de la internet: toda práctica, toda acción, sin importar la esfera de la praxis en que se origine, es pasible de ser expuesta en el espacio de lo cotidiano, es decir, online; pensemos por ejemplo en wikileaks y en los videos de conscriptas israelíes bailando en ropa interior. Por lo tanto “incluso aquellos que optan por seguir adelante sin mirar lo que ocurre en sus casillas de mails se ven modificados, comprimidos, cercados, por la web. No escuchar, desentenderse, también es una forma de responder al llamado digital” (Ob.: 40).
De allí Terranova deriva dos proposiciones. Una se parece mucho a una ética para los escritores de esta época. La otra se refiere a la relación ontológica entre internet y literatura. En la primera, concibe dos vías de acción alternativas, de las cuales sólo la segunda es legítima: “Una, replegarse sobre un estilo que continúe la tradición y afianzar, continuar, evitar el roce con estas operaciones, o, dos, incorporarlas, darles un lugar, integrarlas o al menos intentar hacerlo” (Ibid). Pretender hacer literatura situados en un afuera de la internet es una impostura, porque toda la literatura está ya incluida en la jurisdicción de internet. La segunda proposición afirma que “la producción escritural de la web ya es ‘literatura’ en sí misma” (Ob.: 44). Si la identidad de la literatura estaba determinada por su pretensión de autonomía, caída la posibilidad de autonomía la literatura debería dejar de existir. Sin embargo, es un hecho que seguimos hablando de literatura, incluso de literatura contemporánea, sin incurrir en sinsentido. Por lo tanto, lo que ha cambiado es el referente de la literatura. Y si ya no podemos distinguir la literatura de los demás discursos en virtud de su autonomía, la vaguedad del término va a determinar que su extensión alcance a todo aquello que no podamos definir positivamente como algo que no es literatura. Es decir, todo aquello que comparta la misma indeterminación. Pues bien, resulta que el discurso de la internet, al incluir en su dominio a todos los demás discursos, no puede ser definido positivamente como un tipo de discurso que no es literatura: en consecuencia, es en sí mismo literatura.
Ahora bien, para Terranova el estado de cosas que refiere no constituye más que un momento de una metahistoria que puede confundirse con la historia del lenguaje. Sin embargo en el sentido del término que emplea para referirse al sujeto de esta historia, se vislumbra un alcance más amplio: “las citas podrían ser muchas más y sobre todo acompañar década a década, casi año a año, las inflexiones del Logos” (Ob.:31). Resulta llamativo el empleo de ese nombre: Logos. Se trata de un nombre cuyos sentidos de ningún modo se agotan en lo referente al lenguaje. En la tradición filosófica ha significado el nombre de la naturaleza, el orden del mundo e incluso fue uno de los nombres de Dios. Su empleo se remonta hasta Heráclito, quien lo usó para referirse al principio que rige el mundo: la unidad por medio de la discordia, a la que también llamó fuego y divinidad; afirmaba que era un discurso que continuamente hablaba a todos los seres y que todos de hecho lo escuchaban, pero sin embargo, sólo unos pocos se daban cuenta de que lo hacían. Luego se lo apropiaron los estoicos, como el nombre del principio que movía al mundo a través de cada ciclo de generación y conflagración. Posteriormente hizo su aparición en los Evangelios. Y algo más tarde se valió de él San Agustín, también para referirse a Dios: en cuyo intelecto -decía- se alojaba la forma individual de cada uno de los entes de este mundo, como una especie de versión exuberante y múltiple del cielo platónico. La historia de término no concluye allí, naturalmente, pero no es esta ocasión para narrarla. Más bien, es preciso responder la pregunta que ahora se impone: ¿qué es el Logos en el texto de Terranova?
Para Terranova el Logos es el lenguaje como principio que determina las prácticas, los hábitos, los sujetos de esos hábitos y la estructura del mundo en cuanto emplazamiento, escenario, de esos hábitos. El Logos no se confunde con cada una de sus inflexiones, pero las incluye virtualmente. Desde un punto de vista ontológico el Logos es el sujeto formal de una historia que consiste en el despliegue de sus posibilidades a través de la materia a la que da forma: la masa. Y el ritmo y las etapas de esta historia están determinados por el hiato entre las posibilidades indeterminadas del Logos y el estado de desarrollo de la tecnología; es ésta última la que activa en la masa el potencial para recibir una nueva forma. Desde este punto de vista el lenguaje como Logos es autónomo. Los cambios tecnológicos no lo afectan a él, sino a la materia en la que éste se actualiza: como si por medio de un dispositivo electrónico hiciéramos que nuestros receptores neuronales correspondientes al sentido del oído recibieran estímulos originados en la frecuencia de las ondas lumínicas. Ahora bien, el problema de esta metahistoria radica en determinar la causalidad que rige el desarrollo de la tecnología. Vimos que el Logos, como sujeto formal, es autónomo y permanece igual a sí mismo; vimos que la masa es el sujeto material en cuyos hábitos se actualizan las inflexiones del Logos; y vimos que la tecnología media como interfaz entre estas dos realidades. ¿Pero en dónde se origina la tecnología? Terranova no da aclaraciones al respecto. Después de todo, su intención en estos ensayos no es exponer una metafísica. Pero a partir de los datos que disponemos se puede deducir la respuesta. En el mundo de La masa y la lengua los hábitos de los hombres se encuentran virtualmente, como potencia, en el Logos; si los artefactos tecnológicos son fabricados por el hombre, la forma de las tecnologías y el hábito de desarrollarlas son simplemente otras tantas de las potencialidades del Logos que se actualizan en la masa. Por eso Terranova habla de revoluciones, porque el proceso de despliegue del Logos se organiza por etapas cuyos límites se circunscriben al desarrollo y emergencia de una forma de tecnología, como si cada una de éstas constituyera un pequeño Logos en cada momento de la historia del Gran Logos. Es como si en cada una de estas épocas convivieran los hábitos inaugurados por la última revolución tecnológica destinados a desaparecer con la próxima época y un subconjunto de hábitos hechos posibles por la misma revolución que ha dado comienzo a la época, pero cuya pequeña historia es arrastrada hacia el futuro por la anticipación del próximo acontecimiento tecnológico, en cuya actualización están destinados a desembocar. Por lo tanto, si la historia de la humanidad es la historia de sus hábitos y de los acontecimientos que han mediado entre las alteraciones de éstos, toda la historia de la humanidad se reduce en la historia del Logos como una especie de emanación de esta.
Ahora, habiendo comprendido las concepciones del lenguaje y de la historia que se articulan en el ensayo de Terranova, es posible volver sobre la cuestión que propuse anteriormente: ¿Cuál es el sujeto del lenguaje, de la historia en el ensayo de Terranova? ¿Qué hay del sujeto político? ¿Cuál es la relación entre literatura y sujeto político? Se puede deducir que el sujeto del lenguaje es o bien una singularidad autónoma (el Logos como sujeto formal de su propia historia) o bien un colectivo (la masa de seres humanos como sujeto fáctico, empírico, sin cuya existencia sería imposible no ya la actualización del Logos, sino incluso su virtualidad). La respuesta se encuentra en un punto intermedio. La masa es determinada por el Logos en el proceso de crearlo. Ambos forman un compuesto inseparable de hecho, pero separado y jerarquizado de derecho. Ya que mientras el Logos, en un momento de la historia, puede archivar o contener virtualmente el pasado y los futuros posibles de la masa, la masa no puede jamás comprender al Logos ni en tan solo un momento de la historia, pues para eso sería necesario que comprendiera la totalidad de su propio pasado y de sus propios futuros posibles. En consecuencia, el sujeto de esta historia tiene dos caras. Por un lado es un sujeto colectivo, inconsciente respecto de su devenir y, naturalmente, de sus fines. Por el otro, es un sujeto autónomo y trascendente, hipotéticamente capaz de reflexionar sobre su propia historia y fines, pero imposible de ser conocido por cualquier cosa que no sea idéntica a él mismo, y por lo tanto, inaccesible para la masa, respecto de la cual media siempre una diferencia: la masa no puede conocer el compuesto del que forma parte con el Logos de manera semejante a como mi hígado o mis músculos no pueden conocer mis pensamientos, ni puede conocer el cuerpo del que forman parte, ni pueden conocerse a sí mismos.
Desde este punto de vista la literatura es impersonal y colectiva (si aún es legítimo afirmar que existe tal cosa y si consideramos que ésta es impensable más allá de su soporte material). En cuanto al sujeto político, si por ello entendemos algo así como un agente capaz de tomar decisiones con vista a los fines de una comunidad que van más allá de la satisfacción de sus necesidades y deseos inmediatos, el sujeto político que se deduce del texto de Terranova es o bien inexistente, pues la masa no puede decidir acerca de los fines de su devenir, o bien una trascendencia incognoscible, cuya capacidad de llevar a cabo elecciones sobre su propio destino es apenas una hipótesis de valor indecidible.
Luego de narrar el devenir del Logos en el periodo que va de las cartas al mail, del mail al blog y de éste a Facebook y Twitter (en el cual se aísla el género discursivo esencial de las redes sociales para Terranova: el comentario [3]) Terranova imagina por un momento la posibilidad de que se escriba una poesía colectiva: “¿Llegó el momento en que la poesía está siendo hecha por todos?” (Ob.: 43). Desde el punto de vista de Vitagliano se le podría objetar que sería una poesía escrita por todos pero leída por ninguno, pues o bien todos estaríamos demasiado ocupados para hacerlo, inmersos en la interminable tarea de escribirla constantemente, actualizándola, o bien sus posibles lectores estarían retirados de su ámbito de producción-circulación, enfocados en otro tipo de hábitos (pero entonces ya no estaría escrita por todos). Y a decir verdad, Terranova tampoco se entusiasma mucho con la idea. Más le interesa considerar los diferentes roles que juzgarían Facebook y Twitter en la presente etapa de la historia del Logos. Y en esta operación, curiosamente,restablecee cierta jerarquía. Facebook, es “groncho” y “populachero” (sic). Es el tipo de lectura –dice- que atraparía a una Madame Bovary moderna y de la que un Cervantes contemporáneo haría una parodia. Es decir, Facebook es roman, es novela sentimental, es folletín y literatura de cordel. Twitter, en cambio, es otra cosa.
El discurso etiqueta palabras claves con forma de hashtag y remite a la comunicación fluida y hermética de los albañiles y los arquitectos premodernos, recuerda a las sectas, a los guiños, a las identificaciones secretas. Twitter es una cinta violeta prendida en el saco, el domingo mientras se da misa. Entonces, si las redes sociales son una catedral gótica, en Facebook se purgan los pecados y al mismo tiempo se los socializa porque no es posible dejar de pecar, mientras Twitter queda para los silenciosos constructores del Gran Logos. Ambos hablan de la medida y la exageración de nuestra época. (Ob.: 44)
En Twitter, entonces, Terranova reencuentra una relativa posibilidad para la existencia de un hábito discursivo autónomo. Después de todo, el trato con la trascendencia ha sido desde largo tiempo una de las prerrogativas de los discursos que han reclamado autonomía: el trato con la Divinidad, el trato con la Verdad, el trato con lo Absoluto. Nunca es el poeta quien enuncia las palabras. La poética de Twitter que propone Terranova permanece en este terreno: Internet es imagen del mundo, como las catedrales góticas, y los poetas de menos de 150 caracteres enuncian haciendo silencio para dar lugar a la voz del Gran Logos. Si Facebook es la cantera de las novelas del futuro cercano, en Twitter vive ya la poesía, género aristocrático por excelencia.
En conclusión, tanto Vitagliano como Terranova toman partido por una especie particular de los hábitos discursivos que se despliegan en internet. Ambos han escogido un medio, un hábito y un ritmo diferente de lectura y escritura, para ocupar el lugar más cercano al de esa especie de heterotopía que ha sido hasta ahora la literatura entendida como práctica autónoma. Vitagliano encuentra en los blogs colectivos la posibilidad de sustraerse a esa cotidianeidad de la internet que son las redes sociales masivas. Y en esa posibilidad de inmersión en un espacio alternativo se juega, para él, el ejercicio de la literatura. Terranova, en cambio, privilegia Twitter, porque considera que ya estamos continuamente inmersos en un único discurso omnicomprensivo, el Logos, fuera del cual no existe alternativa posible; así, la única decisión, en la que se juega la subjetividad individual es una cuestión ética: ¿qué actitud adoptamos en relación con este discurso en el que estamos inmersos? ¿Reconocemos su soberanía? ¿Reconocemos la inevitabilidad del efecto por medio del que nos constituye? ¿Reconocemos que nuestro poder como sujetos se acaba en esta decisión? Cualquiera sea la opción que tomemos, nuestra decisión sólo puede tener la forma de un comentario, el género discursivo por excelencia de la actual etapa del Logos. Y Twitter se constituye exclusivamente de comentarios. Por lo tanto, participar en él es una forma de situarse más cerca de la esencia de la época.
En fin, podemos ver que el esquema de mundo con el que cada escritor se compromete en su discurso difiere de manera radical. Para Vitagliano coexisten, en la imaginación de cada sujeto, una multiplicidad de mundos posibles virtualmente actualizables por medio de la comunicación y el despliegue de proyectos éticos (“cómo vivir mi vida”) y políticos (“cómo vivir juntos”). En cambio Terranova concibe un solo mundo extra quod nulla salus: la contemporaneidad; y en contraste con ella sólo subsiste la actitud arcaizante, que no obstante se incluye en lo actual como un espectro, como una impostura. Su afirmación de la multiplicidad, de la pluralización, de la multitud, es el revés fenoménico de una metafísica completamente dominada por lo Uno. Se trata del mismo gesto teórico que Alain Badiou leyó en la filosofía de Gilles Deleuze (v. Deleuze, el clamor del ser).
Creo haber mostrado, con este análisis, que el lugar que cada uno ha asignado a la literatura en relación con las nuevas tecnologías difiere fundamentalmente a partir de los diversos criterios de validación que han orientado los juicios de cada uno. El criterio de Vitagliano es pragmático y político (resuena cierta afinidad, por ejemplo, entre los planteos de Vitagliano y la idea de una cultura literaria de Rorty), el de Terranova es metafísico e histórico (a pesar de las referencias a Deleuze, en ocasiones uno cree estar leyendo más bien a un epígono de Hegel). Sin embargo ambos escritores se las arreglan para afirmar la democracia (en forma de desjerarquización para Terranova, en forma de una política educativa que cultive las condiciones de politicidad, para Vitagliano) y, no obstante, sostener el privilegio de prácticas, si no aristocráticas, minoritarias. Los tiempos del hábito literario y la escritura en blogs colectivos suponen la disponibilidad de cierto tiempo libre que entra en tensión con los tiempos que suelen conllevar, para la mayoría de la población, la satisfacción de las necesidades. [4].Y la imagen de Twitter como una secta masónica, que emplea Terranova, habla por sí sola.
Para concluir, me animo a afirmar que el punto fundamental que determina en última instancia los juicios de cada uno es una pregunta más “originaria”, si se quiere, en donde cualquier lector o escritor habitual encuentra la ocasión para adentrarse en una indagación por el lugar de la literatura en su tiempo. La cuestión radica en "qué habitos, qué prácticas están involucradas indisociablemente en el hacer literatura”. O dicho de otro modo, lo que se plantea en el fondo es la siguiente pregunta: "¿en tu vida: qué lugar ocupa la literatura?"
Bibliografía:
-Rorty. 2000. “The decline of redemptive truth and the rise of a literary culture”.
-Terranova, Juan. 2011. “Internet y literatura”, en La masa y la lengua. Buenos Aires. CEC.
[1] Cuando le preguntan qué se puede aprender leyendo literatura, Vitagliano responde “Prefiero decir que el saber de la literatura es recrear la necesidad de la incertidumbre como un antídoto contra los dogmas y la posibilidad de ensayar mundos posibles.” (Ob.: 5).
[2] ¿Cómo es posible si no, por poner un ejemplo, el proceso de destrucción de todas las opiniones que lleva a cabo Descartes en sus Meditaciones, más que por medio de la inmersión total en un mundo posible?
[3] Cfr. "El comment como género", en Ob.: 6-9
[4] Cfr. Rorty: i shall define an intellectual as someone who yearns for bloomian autonomy, and is lucky enough to have the money and leisure to do something about it: to visit different churches or gurus, go to different theatres or museums, and, above all, to read a lot of different books (Rorty, 2000: 10)