Reseña de Constructos flatline. Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética de Mark Fisher
Reseña de Constructos flatline. Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética de Mark Fisher
Hace tan solo algunas semanas, a mediados de enero, se cumplieron seis años del suicidio de Mark Fisher. A pesar de haber superado el lustro sin el ensayista y crítico inglés –o, en parte, por este motivo– su obra continúa vigente en los estudios vinculados con múltiples disciplinas, como la literatura, la crítica cultural, la filosofía, el cine y la música. Hoy Mark Fisher no solo se ubica como uno de los críticos más influyentes del primer cuarto de siglo, algo que en sí mismo representa un mérito. Fisher parece ser relevante, además, a causa de la fuerte impresión que ejerció sobre diferentes escritores y lectores contemporáneos, por el vínculo entre su vida y obra, y por los temas tratados que interpelan sagazmente la desesperanza y decadencia que trae aparejada la experiencia de una promesa aceleracionista. Un claro ejemplo de la vigencia de su obra es la publicación en español de Constructos flatline. Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética (Caja Negra, 2022). Al hablar de vigencia, cabe mencionar que la editorial Caja Negra se ha encargado de recuperar, traducir y publicar su obra completa, que incluye su ya clásico Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? (2016); Los fantasmas de mi vida (2017); y la serie que recopila los escritos de su blog: K-Punk vol. 1 (2019), K-Punk vol. 2 (2020), K-Punk vol. 3 (2021), además de la organización de múltiples encuentros y eventos relacionados con el autor.
Este volumen está constituido por el conjunto de ensayos que componen la tesis doctoral de Fisher, enviada y defendida en la Universidad de Warwick durante 1999, mismo espacio en el que previamente funcionó el Cybernetics Culture Research Unit (CCRU), grupo de investigación del que Fisher formaba parte junto con Sadie Plant y Nick Land. A casi veinticinco años de su producción, Constructos flatline arroja nueva luz sobre sus escritos posteriores y se encarga de ampliar el volumen de una obra que parece nunca bastarse a sí misma.
En los primeros capítulos de Constructos flatline, Fisher se encarga de establecer un diálogo crítico y constante con diferentes teorías y ficciones –relativamente– contemporáneas, sobre las cuales se sostendrá su tesis. A partir de unas referencias teóricas bien marcadas –y recurrentes durante toda la obra– Fisher expande su propia propuesta al tiempo que revisa, discute y amplía los trabajos de este conjunto de ensayistas y novelistas. En particular, sus referencias para pensar y desarrollar una tesis cyberpunk, futurista y teórico-ficcional son las obras de Jean Baudrillard y el ya clásico Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (1980), texto complejo y versátil de Deleuze y Guattari.
Ya en la introducción Fisher deja entrever la complejidad teórica y la innovación taxonómica desde la que operará, con dos conceptos clave: “materialismo gótico” y “constructo flatline”. Ambos trabajan en paralelo para extender, primero, un asentamiento teórico-filosófico y, casi de inmediato, un análisis de diferentes aparatos culturales y producciones artísticas que van desde el cine hasta la literatura, pasando por la música y la televisión. En esta etapa con frecuencia insinúa conceptos y análisis próximos al mismo tiempo que promete una explicación que se dará incluso tan lejos como en el último ensayo, pero que le brindan una unidad lógica a la obra.
El “materialismo gótico”, por un lado, es “un intento deliberado por disociar lo gótico de todo lo sobrenatural, etéreo o extramundano” que tradicionalmente lo caracteriza (36). En otras palabras, a partir de un gesto amputador, se le quita al gótico todo su costado tradicional vinculado con lo sobrenatural para hacer hincapié en los oscuros dispositivos heredados por el mundo material, que se extrapolan a la experiencia capitalista contemporánea. Una síntesis similar entre términos pasa con la idea de “constructo flatline”: la productividad principal de esta síntesis está en el segundo término, que orienta a toda la tesis. Es un préstamo tomado de la medicina y de la novela Neuromante (1984) de William Gibson, que remite a un estado de inactividad cerebral, de muerte. Fisher la define como “un plano en el que ya no es posible diferenciar lo animado de lo inanimado, y en el que tener agencia no implica necesariamente estar vivo” (35). Al despojar al individuo vital de su exclusivo agenciamiento (Deleuze y Guattari) y desplazarlo hacia una línea extraña y compleja, Fisher intenta demostrar cómo el materialismo gótico llega a convertirse en la versión materialista más persuasiva de la escena socioeconómica contemporánea, una versión que se encarga de disolver las dicotomías metafísicas en las que el individuo se reafirma constantemente. Y no se queda ahí: flexiona al extremo la productividad cibernética de la flatline gótica al equiparar esta zona con la idea de constructo, algo que debe tenerse en cuenta para comprender hacia donde apunta la teoría Fisher. Al darle la entidad de un constructo –es decir, una construcción propia de la ficción cyberpunk que se basa en la simulación (Baudrillard) y en la artificialidad identitaria– Fisher se encarga de delimitar la idea de flatline. En cuanto a su síntesis, dice que “para el materialismo gótico, sin embargo, la flatline es donde todo sucede, el Otro Lado, detrás o más allá de las pantallas (de la subjetividad) [...] Delinea no una línea de muerte, sino un continuum [anorgánico] que envuelve –pero finalmente va más allá de– la muerte y la vida” (85). Podemos considerar, entonces, que Fisher opera desde cierta paradoja vinculada con un vitalismo que tiene su punto de partida en lo cibernético. Y pensado desde esta misma concepción vitalista, con su cuota de optimismo, que ubica y se opone abiertamente a ciertos preceptos vinculados con el capitalismo tardío, solo queda preguntarse nuevamente por su vigencia, y por si acaso puede ser la flatline un espacio dinámico, una esperanza para el individuo y no la imposibilidad que viene demostrando –y que, con el tiempo, llegó a notarse incluso en el propio trabajo posterior de Fisher– el grueso de sus relaciones con el mundo.
Algo tarde en su tesis, Fisher se pronuncia en una nota al pie (310) sobre sus consideraciones con respecto a la teoría-ficción, un concepto de difícil unicidad. Dice que podrían existir dos formas para encararlo:
La ficción como teoría. Esta opción, además, se subdivide así: (a) la ficción bajo la forma de la teoría (ficción que usa o incorpora convenciones académicas: los ejemplos aquí incluyen La tierra baldía de T.S. Elliot y Pálido fuego de Nabokov); (b) la ficción actuando como teoría. Esta podría incluir, potencialmente, cualquier ficción que ofrezca recursos teóricos de algún tipo.
La teoría como ficción. Esta es la teoría presentada bajo la forma de la ficción. Los exponentes más famosos de este modo –Nietzsche, Kierkegaard– no son nada nuevo. En su expresión más radical, lo que está en juego aquí es algo más que la teoría disfrazándose de ficción (o la ficción disfrazándose de teoría); se trata, más bien, de la disolución de la oposición en sí misma. Dos afirmaciones relacionadas entre sí –una descriptiva, la otra prescriptiva– emergen de esto: (1) toda teoría ya es ficción; y (2) la teoría debería abandonar su asumida postura de "neutralidad objetiva y abrazar su ficcionalidad.
Por un lado, la simulación; por el otro, la síntesis entre términos. Sin embargo, no contento con este intento de definición, Fisher redobla su apuesta al proponer que a la ficción le sucede algo en su interpretación vinculada con la teoría, que ya no se encuentra simplemente en un plano imaginario. Dice que, “en un sentido, el surgimiento de la ficción teórica marca el fin de la crítica” (310). Heredero de Baudrillard, el análisis que realiza sobre Neuromante es un ejemplo claro de lo que para Fisher debe considerarse excluyentemente como teoría-ficción: la incidencia y relevancia teórica de una ficción –narrativa, en este caso– y la inclusión ficcional como vehículo para poner en diálogo una teoría.
¿Es entonces necesario volcarse por alguno de estos dos caminos que propone Fisher en su nota al pie? ¿O acaso la ficción teórica, o teoría-ficción, resulta un concepto de un dinamismo tal que opera de ambas formas al mismo tiempo? ¿Puede considerarse como una teoría-ficción a esta propia tesis, con su montaje de producciones transmediales? Al menos con Neuromanteeste parece ser el caso, según lo expresado por Fisher. En última instancia, queda preguntarse si la productividad del concepto en términos teóricos está dada por la posibilidad de sintetizar ambas prácticas, o si la propia búsqueda es el momento álgido de esta tensión.
Al principio mencioné que esta tesis de Fisher se publicó de forma tardía. En el año 2018 se editó en su idioma original, y recién el año pasado en español, aunque pueden encontrarse seleccionadas algunas secciones en Deleuze y la brujería (Las Cuarenta, 2009) de Matt Lee y el propio Fisher. ¿Cómo afecta esto la perspectiva con la que puede o debe leerse Constructos flatline? ¿Cuál es la productividad de una obra póstuma en términos teóricos, intensiva, que trata temas afinados por su autor con el paso de los años? La idea de realismo capitalista, la reflexión sobre el futuro, lo fantasmagórico y lo cibernético, e incluso el tratamiento de constante de una zona vinculada al horror son temas que persisten en la obra posterior de Fisher y puede identificarse el germen de su producción en Constructos flatline. Al mismo tiempo, hay otro aspecto importante que puede leerse en su tesis, algo que se vincula con el tono de sus propuestas y con la propia historia de Mark Fisher. Hablamos de la vigencia de cierto optimismo que conlleva la idea de una flatline gótica, justificada por una nivelación con la tecnología y la cibernética que funciona como salvoconducto para la humanidad y no como la aniquilación total que acarrea el capitalismo tardío jamesoniano; una carencia de alternativas en el futuro próximo, inmediato, que nos pisa los talones.