La crítica literaria como esperanza

Reseña de Señales de vida. Literatura y neoliberalismo, de Fermín A. Rodríguez.

por Abril Amado

Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza.
Jorge Luis Borges, “El tamaño de mi esperanza”.

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¿Qué clase de tortura es esta en la que podemos ser conscientes de la catástrofe que supone el capitalismo para la mayoría de nosotrxs y, a la vez, como indica un gastado dicho, nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo? ¿Cómo lidiar con semejante desesperanza? Existe un libro en el que no vamos a encontrar una respuesta, pero sí algunas líneas de fuga de este sistema que tiene como principio la desigualdad y que parece tragárselo todo, desde la naturaleza, los objetos y las personas, hasta la propia crítica anticapitalista.

Señales de vida, escrito por Fermín Rodríguez y editado por Eduvim en 2022, se presenta a sí mismo como una “reivindicación del poder de la literatura y del arte en general” (Rodríguez, 2022: 16) para captar todo signo fragmentario y todo aquello irrepresentable propio de una época. Rodríguez explora distintas obras de la literatura argentina y latinoamericana (en su mayoría de fines del siglo XX y principios del siglo XXI) en busca de vida, es decir, cualquier cosa que se encuentre en disenso con las ficciones dominantes, ya sean comunidades, acontecimientos, tramas, afectos u otros. Se construye así una cartografía de pequeñas señales disidentes que aparecen en medio de la crisis y el desasosiego.

En este sentido, el prólogo de la obra es contundente. En línea con la filosofía de Jacques Rancière, el autor explicita su intención de reclamar para la literatura el poder de intervenir en lo sensible, de producir experiencias de disenso, mostrar otra cosa, poner en palabras aquello que se escapa a la percepción habitual. A lo largo de más de cuatrocientas páginas, se lleva a cabo una búsqueda exhaustiva. El objetivo es encontrar señales de vida, es decir, indicios de cualquier elemento que logre escabullirse de la dominación neoliberal que hoy da forma al mundo y a las subjetividades: cuerpos que logran desmarcarse del rol que les fue asignado, vidas que elaboran un sentido propio por fuera de lo esperado, libertades sociales que obligan al poder a dejar de funcionar, distribuciones nuevas de lo que es posible y lo que no.

Para esto, recurrirá a un voluminoso marco teórico que no deja de lado a los autores clásicos de la crítica cultural como Theodor Adorno, Walter Benjamin, Roland Barthes, Peter Bürger y Andreas Huyssen, entre muchos otros. No obstante, a pesar de la presencia de las grandes escuelas de pensamiento como el estructuralismo, el postestructuralismo o la Escuela de Frankfurt, la corriente teórica dominante será aquella inaugurada por Foucault para describir los modos en que se ejerce el poder sobre la vida de los individuos, es decir, el biopoder y la biopolítica. Por supuesto, colaboran en el entramado teórico los pensadores contemporáneos que han desarrollado estos conceptos: Giorgio Agamben, Toni Negri y Roberto Esposito, entre otros. La obra puede enmarcarse fácilmente dentro del giro afectivo que ha dado la teoría en los últimos años: una propuesta epistemológica en la que se estudia la constitución y economía de las emociones, en relación a la subjetividad y el cuerpo.

A pesar del complejo aparato conceptual, la visión de la literatura que prevalece parte de algo (en apariencia) mucho más sencillo que el autor no menciona: la esperanza. En las primeras páginas, Rodríguez sostiene que la literatura “en su modo menor” (14) ha logrado mostrar “la modernización neoliberal como catástrofe, como crisis y estado de excepción, como violencia de clase y empobrecimiento planificado de una mayoría de la población obligada a valerse por sí misma” (14). Es decir, de acuerdo con la visión del autor, ha dejado al neoliberalismo al desnudo, mostrándolo como verdaderamente es y no como se expone a sí mismo: enarbolando los ideales del progreso y la libertad individual (e individualista). Pero la pregunta que surge es: ¿qué capacidad tiene esta literatura para realmente reconfigurar el reparto de lo sensible? ¿Qué alcances tiene? ¿Quiénes son lxs lectorxs cuyos ojos pueden ver al mundo de un modo nuevo y diferente luego de la lectura? ¿Qué hacen lxs lectorxs con esa información? La historia ya nos ha demostrado que no alcanza con entender la realidad para tener la intención y la voluntad de cambiarla.

Asimismo, en los últimos años, la literatura ha perdido su lugar como espacio privilegiado para la ficción. Hoy en día, la mayor parte de lxs consumidorxs de relatos ficcionales recurren a material audiovisual en streaming, rigurosamente guionado según los cuantiosos datos recolectados por una serie de algoritmos. Quizás por eso sea necesaria una reivindicación, un prólogo que se plante frente a un mundo en el que los libros son caros y las grandes editoriales se sostienen imprimiendo manuales de autoayuda o emprendedurismo, narrativas que construyen al sujeto neoliberal ideal. De hecho, la tecnología es la gran ausencia del volumen: no hay una reflexión sobre las redes sociales, los smartphones o la inteligencia artificial que hoy hacen a nuestro día a día.

Capítulo a capítulo, Rodríguez rescatará de las ficciones analizadas las señales irreverentes que exhiben al neoliberalismo en toda su sordidez. En el número 1, acerca de la subjetivación, se estudian de forma detallada Los pichiciegos, Vivir afuera y La introducción, de Rodolfo Fogwill. A partir del recorrido por la obra del escritor bonaerense, se exhiben distintos métodos que ha utilizado el neoliberalismo para producir cuerpos dóciles y vidas frágiles: primero, la guerra, y luego, el deseo y el hábito, métodos mucho más sutiles, pero igualmente efectivos. En cuanto al deseo, es un aliado de la producción capitalista, formado para ordenar cuerpos y disposiciones afectivas; se trata de un deseo que no busca su satisfacción, sino seguir deseando, consumiendo. Por su parte, el hábito no es más que una manera en que el poder establece sobre los cuerpos una forma de vida, incluye también al ocio improductivo, gobernado por ese deseo consumista.

En el capítulo 2, se estudian las ficciones de vida, aquellas obras que relatan la parte de la vida que nunca se cuenta, que no forma parte de la historia, de la trama, de los acontecimientos del relato y que existe sobreviviendo a la precariedad, que ya no es una excepción, sino un nuevo régimen de subjetivación y producción de inseguridad en todos los ámbitos de la vida. A partir de la lectura de El aire de Sergio Chejfec y El desperdicio de Matilde Sánchez, se estudian los paisajes de la ciudad, los suburbios y el campo, profundamente transformados por la crisis permanente y los modos de producción. Las fronteras territoriales se desdibujan, porque lo que el poder distingue no es tanto el espacio en sí, el suelo, sino la población que la habita. Los límites son biopolíticos entre cirujas, desempleados, poblaciones asistidas y no asistidas. Rodríguez enfatiza, en ambas novelas, la capacidad de demostrar el fracaso y la decadencia del sistema neoliberal, fundando nuevos regímenes de percepción.

En estrecha relación con el anterior, el capítulo 3 versa sobre las ficciones asociadas a la crisis del 2001 en Argentina, que no solo tematizan la precariedad contando el día a día de la crisis, sino que la incorporan también en el plano formal: son obras que no siguen ninguna estructura o modelo literario que encadene acciones según una secuencia lógica. Los personajes son “subjetividades de la crisis” (165) que encuentran formas de organizarse colectivamente y actuar en disenso con el modelo neoliberal aplastante. Los ejemplos que se analizan en el capítulo son La villa y Las noches de Flores, de César Aira y La virgen cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara. Son obras que hacen “visible lo que es visible” (167), que muestran el trabajo informal en estrecho vínculo con la precarización de la existencia, que ahondan en la construcción social de la indiferencia, que resaltan aquellos mecanismos de poder que están a plena luz del día. Sin embargo, estas obras reafirman la vida a partir del vínculo entre personas unidas por su condición de precariedad.

A contracara de los trabajos informales, se encuentran los trabajos formales, igualmente atravesados por la precarización existencial. Sobre este tema se profundiza en el capítulo 4, que analiza El amparo, de Gustavo Ferreyra, Mano de obra, de Diamela Eltit, Las aventuras del Sr. Maíz, de Washington Cucurto, Alta rotación, de Laura Meradi, y La prueba, de César Aira. Son obras que muestran cómo se han desdibujado los límites entre lo vital y lo laboral y cómo se ha reconfigurado la relación con el tiempo, produciendo trabajadores empobrecidos cuya única opción es el aguante. Este capítulo es quizás el capítulo más optimista, ya que las señales de insurrección que Rodríguez encuentra, en algunos casos puntuales, implican prácticamente la destrucción del sujeto. El colapso de los cuerpos, producto de las jornadas laborales, es puesto en términos de “‘insurrección’ fisiológica”. ¿No es esto acaso una romantización del malestar de los personajes? No obstante, hay otras señales más claras, como la subversión de las identidades o las grupalidades.

Finalmente, en el capítulo 5 se trabaja sobre la transformación del campo social completo en un campo económico, proceso mediante el cual la vida queda subsumida al régimen neoliberal. Las divisiones de clase y género, el vínculo entre producción capitalista y reproducción humana, la distribución de la precariedad de manera diferenciada, los afectos como “nuevo campo de acumulación y explotación capitalista” (350), la degradación del cuerpo femenino, la inseguridad y el miedo como instrumentos políticos, el terrorismo de género, el racismo, los discursos de odio y el habla popular como desvío de la norma son algunos de los temas que se trabajan en relación a Boca de lobo, de Sergio Chejfec, 2666, de Roberto Bolaño y La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo.

Así, la obra se estructura en un prólogo y cinco capítulos (cada uno con una breve síntesis inicial) divididos, a su vez en apartados numerados, y estos en subapartados con subtítulos breves. Llama la atención la ausencia de una conclusión o un capítulo de cierre. El texto crítico se disuelve en la página 404, para pasar inmediatamente a los agradecimientos, dejando que lx lectorx saque sus propias conclusiones. Quizás esa ausencia sea un gesto: el mapa se configura a partir de un corpus abundante, pero, aun así, delimitado de lecturas. No obstante, estas pueden ser amplificadas: las señales de vida pueden seguirse buscando y, esperanzadoramente, se podrán seguir encontrando. Testimonio de esto son los subtítulos que aparecen dentro de los capítulos, casi por completo en itálicas. La elección de la tipografía no es azarosa, sino que responde a convenciones académicas que, en esta ocasión, entablan un juego. Los subtítulos consisten en una serie de citas, fragmentos de textos, títulos de canciones, películas o libros que lx ávidx lectorx, melómanx o cinéfilx podrá reconocer… o no. Muchas veces, se trata de una única palabra, que la sabemos extraída de algún lugar por la leve inclinación de cada grafema. Probablemente sea difícil para una única persona captar todas las referencias, pero son tantas que producen una red intertextual amplia, unida por hilos en cuyo recorrido se encuentran huellas de vida. Ahí está el gesto esperanzador: esos textos que, según se sostiene, tienen la capacidad de reconfigurar lo sensible, se conectan de forma implícita con muchos otros productos culturales de formas diversas, liberadas a la imaginación de lx lectorx. La abundancia de citas se convierte así en una abundancia de vida. Para lx lectorx curiosx, los textos se multiplican y, con ellos, los caminos para buscar señales, escapatorias o breves respiros al régimen neoliberal.

De esta manera, a través del juego intertextual, se invita a lx lectorx a continuar la búsqueda propuesta. ¿Cómo buscar? Haciendo crítica. La crítica literaria es la búsqueda en sí misma, es la manera de descifrar señales entre líneas de texto. De esta forma, el volumen escrito por Fermín Rodríguez se convierte también en una señal de vida: es una invitación a descubrir pistas de lo contrahegemónico. Es una reivindicación esperanzadora de que otra forma de vivir es posible, de que existe en algún lado, aunque sea incipiente, un mundo más vivible. Es, además, un gesto contra la brevedad que nos imponen las redes sociales y la velocidad del tiempo acelerado por la maquinaria capitalista. Se trata de un texto largo, complejo, que invita a la lectura de otras obras, que consume un tiempo necesariamente robado al tiempo laboral, al ocio consumista o la producción constante de datos informáticos mediante el uso del teléfono celular. Quizás, se trate de que no solo la literatura reconfigure lo sensible, sino también la crítica, devolviéndole a las letras (a pura fuerza de voluntad) el lugar que primero el cine y luego el streaming, productor de ficciones adictivas y a demanda individual, le han robado.

Bibliografía

Rodríguez, Fermín A. (2022). Señales de vida. Literatura y neoliberalismo. Villa María. Eduvim.